"Fue algo mucho más que un futbolista canónico. Trascendió de largo a un paladín argentino único [solo Gardel podría osar regatearle]. Ni el tanguero tuvo que soportar tanta divinidad. El fútbol cuenta mitos por doquier. Las hinchadas se desgañitan por discutir quién es o fue el mejor. Pendejadas que no llevan a ningún sitio cuando hay un dios por el medio. Di Stéfano, Pelé, Messi... Ninguno llegó a la deidad del Pelusa. Así lo quiso la gente, la albiceleste, la napolitana y la de Marte. Lo suyo excedía al espumoso mundo de las celebridades. Era el divo que le diera la gana. Así lo decidió el pueblo, así se aprovecharon tantos rumiantes maledicentes que le escoltaban en beneficio propio. Diego jamás supo dejar de ser Maradona. Nadie se lo consintió. Es un tonelaje insoportable ser Messi cada día. ¿Pero ser un dios cada minuto?"
JOSÉ SÁMANO
" Murió Maradona y en un instante se paró el mundo. En términos noticiosos, ni la covid-19 aguantó el último regate del genio argentino, ingobernable y gobernador a la vez, en el fútbol y en la vida. De ese extremo material estaba construido el futbolista al que todo se le quedaba pequeño. Maradona ha sido una exageración andante, hombre sin límites para jugar y para vivir, constructor del grandioso mito que comenzó a edificar de niño, cuando los aficionados acudían a las canchas para asombrarse de las habilidades del pibe en los descansos de los partidos de la Liga argentina.Mito, por tanto, construido sin red, siempre a la vista de la gente, escrutado y juzgado sin descanso, sometido al insoportable peso que significaba ser Maradona todos los días. "
"Hay algo perverso en una vida que te cumple todos los sueños y Diego sufrió como nadie la generosidad de su destino. Fue el fatal recorrido desde su condición de humano al de mito, el que lo dividió en dos: por un lado, Diego; por el otro, Maradona. Fernando Signorini, su preparador físico, tipo sensible e inteligente y, posiblemente, el hombre que mejor le conoció, solía decir: “Con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina”. Diego era un producto más del humilde barrio en el que nació. A Maradona lo sobrepasó una fama temprana. Esa glorificación provocó una cadena de consecuencias, la peor de las cuales fue la inevitable tentación de escalar todos los días hasta la altura de su leyenda. En una personalidad adictiva como la suya, aquello fue mortal de necesidad."
" Maradona fue un santo napolitano a pleno derecho. El día de su muerte, en pleno confinamiento de la ciudad, lo anunciaban las tres manifestaciones que recorrieron sus calles para recordarle. También la concentración con bengalas debajo de uno de sus murales en Quartieri Spagnoli o el luto ciudadano declarado por Ayuntamiento. El argentino le dio al equipo sus dos únicos scudetti, una Copa de la UEFA y una Copa de Italia. El argentino aterrizó pocos meses antes del terremoto de Irpinia, que destrozó la región y subrayó las desigualdades entre el norte y el sur de Italia. Nadie se identificó mejor con esa injusticia que Maradona, que venía también de lo más bajo. La historia de Nápoles está hecha también de héroes que supieron cabalgar la brecha meridional y devolver el orgullo a una ciudad despreciada por el norte industrial, que entonces encarnaba futbolísticamente la Juventus."
El idilio del domador con la pelota creció con el tiempo hasta llegar a un punto en que ver a Diego manejarla era un espectáculo aparte. Cuando entrenaba, y solo para dar un ejemplo, la tiraba hasta el cielo con un efecto que solo él entendía y, mientras la pelota viajaba, Diego hacía ejercicios como si no se acordara de lo que había dejado colgado en el aire. Pero cuando la pelota, ya cayendo, llegaba a su altura, volvía a mirarla haciéndose el sorprendido, para devolvérsela al cielo con otro efecto y olvidarse de ella otro ratito. Sabía exactamente el momento y el lugar del reencuentro. Lo demás corría a cuenta de su precisión milimétrica. Su infinito repertorio acomplejaba.