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sábado, 24 de abril de 2021

 


“Las empresas tecnológicas utilizan el conocimiento para que la gente piense, diga y haga cosas que normalmente no habría hecho”,  Y esta dinámica nociva, que se agudizó tras la carte blanche que recibieron las tecnológicas tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, ya provocó episodios gravísimos, como expuso el escándalo de Cambridge Analytica o el ataque al Capitolio, en enero. 

–¿Qué le preocupa durante y después de esta pandemia global?

–La pandemia extendió y profundizó el “capitalismo de vigilancia”. Resultó una oportunidad enorme para Google. Mi llamada “Tercera Ley de Zuboff” dice que toda la información producida digitalmente que pueda usarse para vigilancia y control se usará para vigilancia y control en ausencia de reglas, leyes y sanciones. Es una ley de hierro, y con el Covid-19 vimos cómo se acentuó de manera exponencial, aunque en todo esto hay una dialéctica. Las empresas de tecnología recibieron la pandemia con la esperanza de que no recibirían más latigazos, que todos volverían a amarlos porque dependeríamos de ellos y que sería como una nueva luna de miel. No fue así. Más personas se indignaron, se sintieron resentidas y más personas comprendieron qué estaba ocurriendo. Las encuestas muestran ahora una ruptura total de la confianza con el sector de las tecnológicas. Hay estudios que muestran que lo único con puntuación más baja que Mark Zuckerberg es la industria tabacalera. Se han vuelto demasiado audaces e imprudentes y eso no va a desaparecer. Desde esta perspectiva, ahora hay más disposición a la acción por parte de los legisladores y de los ciudadanos.


–¿Es posible esperar verdaderas reformas cuando, como mencionó en su artículo de The New York Times de fines de enero, casi la mitad de los senadores de Estados Unidos recibe contribuciones de Google, Facebook o Amazon?


–Incluso los legisladores que han estado ciegos al “capitalismo de vigilancia” y que se negaron durante mucho tiempo a avanzar contra la ilegitimidad del crecimiento tecnológico se vieron invadidos en su vida diaria y afectados durante la pandemia. Eso explica por qué durante los últimos 18 meses se impulsaron 24 proyectos de ley relevantes para interrumpir o prohibir algunos aspectos de estas prácticas. Cinco o seis de esos proyectos tienen colmillos y ofrecen algún tipo de respuesta integral. Queda mucho trabajo por hacer, pero hay legisladores serios redactando proyectos serios. Y ahora tenemos toda una ofensiva antimonopólica, tanto por parte de un grupo de fiscales generales como de la Comisión Federal de Comercio.


–¿Alcanzará con aplicar las leyes antimonopolio para corregir ciertas prácticas de los gigantes tecnológicos?


–Lo bueno que tiene esa ofensiva es que a estos muchachos les da un susto de muerte. Pueden ver que la democracia está en movimiento, que los legisladores se están despertando. Sin embargo, lo deficiente del abordaje antimonopólico es que incluso si ese abordaje resulta un éxito, no estaremos abordando los daños más atroces.


–¿Cómo es eso?


–Si hubiéramos entendido el calentamiento global hace un siglo, ¿nos habríamos conformado con dividir al gigante petrolero Standard Oil en treinta empresas más pequeñas de combustibles fósiles, para que un siglo después encima volvieran a unificarse?


–¿Cree que impulsar una reforma de los gigantes tecnológicos podría acotar la circulación de noticias falsas y teorías de la conspiración, reducir la polarización social y, en última instancia, evitar que se produzca un ataque al Capitolio?


–Sí, podría eliminar esos riesgos. Hay dos facetas: una es la del conocimiento y la otra es la del poder. Sabemos que el “capitalismo de vigilancia” es una forma extractiva de capitalismo. Le quita cosas a la gente a través de mecanismos de vigilancia tan ocultos que la gente ni sabe qué está pasando. Esa extracción es esencialmente ilegítima y está creando una brecha creciente entre lo que nosotros podemos saber y lo que otros pueden saber sobre nosotros. Eso es conocimiento, que se convierte en poder. Lo llaman targeting. Es decir, toman toda esa información que tienen sobre vos y la usan para dar forma a un mensaje que te influirá, que te cautivará.

–Como lo hizo Cambridge Analytica durante la campaña electoral de 2016...


–Exacto. Fue la primera vez que el público global se despertó a este tipo de manipulación masiva, aunque ocurre todos los días. Existen mecanismos que maximizan la conexión, el engagement de los usuarios, porque eso les permite maximizar la extracción de datos. Necesitan datos a gran escala para producir predicciones de alta calidad. Pero como todo eso está vinculado, si se elimina una parte de esa cadena, se cae toda la operación. Por eso, en primer lugar, debemos interrumpir la extracción. Es ilegítimo y debería ser ilegal. Y ahora estamos viendo cambios en esa línea, tanto en la opinión pública como en los legisladores, ciertamente en la Unión Europea y en el Reino Unido, y ahora incluso en los Estados Unidos. Estamos en una nueva era.


– Usted planteó que “hubo un tiempo en el que buscábamos en Google. Ahora Google busca en nosotros”. O que “Facebook es un campo de batalla de la verdad”. ¿Qué deberían hacer los usuarios de, por ejemplo, las redes sociales?


–Mis hijos tienen 25 y 28 años. Obviamente, son muy perspicaces sobre estos temas, pero hay ciertas cosas que tienen que hacer en su vida profesional que requieren interactuar con Facebook. Estas infraestructuras se han vuelto esenciales para la participación social de muchas personas en todo el mundo, por lo que no podemos esperar que la gente se retire y ya. Esa es la vía equivocada del miedo. Por tanto, mis hijos participan en la medida en que tengan que hacerlo para ser eficaces en sus vidas profesionales. Más allá de eso, no publican información personal, ni la usan como fuente de noticias, ni publican fotos y cosas por el estilo. Sugiero eso: reducir el uso de esos medios a las necesidades más básicas. Y si no tiene una necesidad, entonces no esté allí porque no le está haciendo ningún bien. Desde el punto de vista de la salud mental de adolescentes y adultos jóvenes, y desde el punto de vista informativo, se ha convertido en una fuente de información contaminada, impulsada por imperativos económicos, no por ninguna capacidad para presentar buena información. Entonces, tanto en el terreno personal como en el colectivo, no está haciendo ningún bien. Esto es intolerable en una sociedad democrática y debe cambiar.


–¿Es eso posible?


–Durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, tuvimos que crear los derechos de los trabajadores y tuvimos que crear los derechos de los consumidores, que trajeron algún tipo de equilibrio al lugar de trabajo y a nuestra sociedad para que pudiéramos tener industrialización y democracia. Y ahí es donde estamos ahora, otra vez. Si queremos tener un siglo digital que sea compatible con la democracia, necesitamos traer las leyes y las instituciones de supervisión a este siglo.


–¿Podría la lucha contra esta pandemia debilitar el avance de las políticas públicas contra los gigantes tecnológicos?


–En esencia, llevamos un año operando en mi país sin gobierno. Ahora, la administración Biden debe, en primer lugar, afrontar las cuestiones urgentes e inmediatas de vida o muerte inherentes a la pandemia. Tiene que vacunar a la gente. Eso contribuirá en gran medida a restaurar la fe en mi país, en el propósito del gobierno y de la democracia. Pasamos cinco décadas en las que se privilegió el mercado sobre la esfera pública, poniéndola de rodillas. Así que hay allí mucha reconstrucción por delante. Pero tengo la esperanza de que veremos un compromiso importante y serio por parte del Congreso y del Poder Ejecutivo de Estados Unidos.


–¿Qué preguntas deberíamos habernos hecho antes? ¿Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora?


–Interesante. [Calla durante varios segundos] ¿Qué les da derecho a saber? Las tecnológicas declararon que tenían derecho a invadir nuestras vidas y convertirlas en datos, para después afirmar que esos datos eran de su propiedad privada. Y luego actuaron en consecuencia y siguieron presionando. Como en el juego de Pacman. Pero ¿qué les da derecho a conocer nuestras vidas? Creo que más personas están planteándose hoy esa pregunta. Y mirando hacia delante… ¿Por qué nuestros legisladores no pueden ver que el objetivo final del “capitalismo de vigilancia” son ellos? Es debilitar las instituciones democráticas, reemplazar la gobernanza democrática por la gobernanza informática. Lo llamo “dominio epistémico”. Con la posible excepción de Australia, nuestros legisladores no parecen comprender que son el objetivo final.


–¿Acaso los disturbios ocurridos en el Capitolio, en enero, funcionen como una llamada de atención para muchos de esos legisladores?


–Ahora ven que la desinformación y la polarización es un problema para ellos. Pero el Gobierno está pasando por alto esta fase de “dominio epistémico”. No creo que lo vea todavía, aunque hay señales por todas partes.


–¿Por ejemplo?


–Una evidente es la decisión de Facebook de crear una junta de supervisión, que ahora se autoriza a sí misma. Salió de la nada, pero dice: “Vamos a ser nuestra institución de gobierno”. Eso le permite seguir autorregulándose, eludiendo el derecho público. No hace falta mucho para ver que se trata de un bypass de las instituciones democráticas, neutralizando a los legisladores, que se vuelven anticuarios. ¿Otro ejemplo? Hay un proyecto de ley en Nevada para autorizar que las tecnológicas funden sus propias ciudades, que gobernarán por completo, con sus propias escuelas, sus propias leyes, todo. Los legisladores deberían reaccionar contra esto.


–¿Hay alguna pregunta que no le hice y que le gustaría abordar?


–Sí, es muy importante para mí que la gente entienda la gravedad de este tema. Votar es el derecho más sagrado que tenemos en una democracia. Eso distingue a la democracia de todas las demás formas de gobierno. Pero debido a este tipo de manipulación, ciudadanos de una democracia de larga data como la de Estados Unidos renunciaron voluntariamente a su más sagrado derecho al voto sin que nadie los amenazara con un arma, los arrestara o los arrastrara a un gulag. Lo hicieron, como expuso el escándalo de Cambridge Analytica, porque fueron manipulados de forma remota a través de los medios digitales. Este es el poder que las empresas tecnológicas han acumulado durante estas dos décadas. Sin embargo, todavía no reconocemos este poder porque tendemos a adjudicarle menos sentido de peligro porque no conlleva una amenaza física, aunque podría convertirse en una forma de poder aún más penetrante y profunda, haciendo que colectivos enteros se comporten de una manera que de otra manera no se habrían comportado. Es una forma de poder sin precedentes, inimaginable fuera de los medios digitales. Por tanto, ¿será este siglo digital un siglo democrático? Es la pregunta que todas las democracias liberales deben responder. Si lo será, debemos establecer los marcos legales que impongan que lo digital se ajuste al Estado de Derecho. Ese es el gran trabajo al que nos enfrentamos ahora y lo que me gustaría que entiendan sus lectores en la Argentina.


–En estos tiempos de pandemia, ¿qué libros o películas o música sugiere para distraerse o aprovechar el tiempo?


–¡Oh! Esa es una pregunta difícil y yo soy tan aburrida [risas]. He estado leyendo El trueno en el reino, el tercer libro de la trilogía sobre Thomas Cromwell que escribió Hilary Mantel. Me encanta leer sobre Cromwell porque fue un “moderno” tan prematuro que lo encuentro infinitamente fascinante.



Shoshana Zuboff




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