¿Quién no echa una mirada al sol
cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa
cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana
cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música
lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla
que vive por sus propias fuerzas,
ningún ego es un continente,
ni un planeta autosuficiente.
Acaso es un pedazo de miedo rodeado de nada,
un girón de vida colgado de un traje viejo,
un guijarro lavado por las desmemoriadas aguas del tiempo.
La ciencia es poca cosa,
es un promontorio resbaladizo donde las manos se aferran.
Tu cuerpo es una envoltura vana,
un pájaro descoyuntado con el pico roto
aventado a los basureros de la muerte.
Habitante de la tierra,
la muerte de toda criatura te disminuye.
Por eso, cuando alguien muere,
no preguntes
por quién doblan las campanas,
están doblando por ti.
John Donne (Londres, 1572-1631)
Meditación XVII