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miércoles, 13 de mayo de 2015

Tatuarnos un cuerpo es el resultado de injertar tinta en la dermis. Utilizando materiales estériles, las posibilidades de contagiarnos enfermedades autoinmunes se reduce a cero. El verdadero riesgo lo vivimos cuando lo que queremos tatuarnos es el alma. Ya sea con un amor no correspondido, un reclamo a un difunto, o cualquiera de las infinitas razones individuales. Al hacerlo sobre el alma ocurre algo extraño...: Sufrimos más que con el taladro de la jeringa, y paradójicamente, nada queda escrito.
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