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jueves, 30 de junio de 2016

(Publicado en "La Voz del Interior", Córdoba, 25 de enero de 2003.)


De los 63 años que tenía cuando asumió la presidencia, Illia Arturo Umberto había pasado la mitad en Cruz del Eje, donde llegó designado como médico del ferrocarril por Hipólito Yrigoyen.
Se levantaba con el pito de las seis y a las diez había que cebarle un par de mates. Esas cosas en el pueblo se sabían. Lo mismo que el contenido de su guardarropa: una corbata roja con leoncitos y un traje azul marino donde cargaba muestras gratis, apretadas como puños en todos los bolsillos.

A veces le pagaban con gallinas y a veces pagaba él la nafta que consumía la ambulancia. De noche, cuando el cucharón de la luna se derramaba sobre el pueblo, jugaba unas manos al chinchón, se daba una vuelta por el comité y, antes de dormir, leía a Krause. O a Weber. O el Patoruzú.

Cada vez que debía ausentarse para cumplir con sus obligaciones políticas, en Cruz del Eje le organizaban una cena de despedida cuyo menú incluía mayonesa de ave, paella a la valenciana, flan con crema, vino de la casa y agua mineral San Remo. En 1963 se despidió desde la cabecera con una reverencia y acompañado por dos mariposas que volaban en círculos alrededor de su cabeza, viajó a Buenos Aires para ocupar la Casa Rosada.

Tres años más tarde lo derrocó un batallón de tanques porteños al mando de un general vestido como Patton. Illia lo enfrentó con el traje azul y un ejemplar de la Constitución en la mano. Ríndase, general.

Al cumplirse diez años de su muerte voy a rendirle un homenaje, doctor. Estos son los hombres que lo sucedieron en el cargo desde su destitución: Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel, Luder, Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín, Menem, De la Rúa, Camaño, Puerta, Rodríguez Saá y Duhalde.

Ríndanse.


Illia
Por Daniel Salzano.

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