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jueves, 6 de mayo de 2010



LXII
El pecado de amarme se apodera
de mis ojos, de mi alma y de mí todo;
y para este pecado no hay remedio
pues en mi corazón echó raíces.
Pienso que es el más bello mi semblante,
mi forma, entre las puras, la ideal;
y mi valor tan alto conceptúo
que para mí domina a todo mérito.
Pero cuando el espejo me presenta,
tal cual soy, agrietado por los años,
en sentido contrario mi amor leo
que amarse siendo así sería inicuo.
Es a ti, otro yo mismo, a quien elogio,
pintando mi vejez con tu hermosura.

LXV
Si la muerte domina al poderío
de bronce, roca, tierra y mar sin límites,
¿cómo le haría frente la hermosura
cuando es más débil que una flor su fuerza?
Con su hálito de miel, ¿podrá el verano
resistir el asedio de los días,
cuando peñascos y aceradas puertas
no son invulnerables para el Tiempo?
¡Atroz meditación! ¿Dónde ocultarte,
joyel que para su arca el Tiempo quiere?
¿Qué mano detendrá sus pies sutiles?
Y ¿quién prohibirá que te despojen?
Ninguno a menos que un prodigio guarde
el brillo de mi amor en negra tinta.

LXXI
Cuando haya muerto, llórame tan sólo
mientras escuches la campana triste,
anunciadora al mundo de mi fuga
del mundo vil hacia el gusano infame.
Y no evoques, si lees esta rima,
la mano que la escribe, pues te quiero
tanto que hasta tu olvido prefiriera
a saber que te amarga mi memoria.
Pero si acaso miras estos versos
cuando del barro nada me separe,
ni siquiera mi pobre nombre digas
y que tu amor conmigo se marchite,
para que el sabio en tu llorar no indague
y se burle de ti por el ausente.

XCI
Unos se vanaglorian de la estirpe,
del saber, el vigor o la fortuna;
otros, de la elegancia extravagante,
o de halcones, lebreles y caballos;
cada carácter un placer comporta
cuya alegría a las demás excede;
pero estas distinciones no me alcanzan
pues tengo algo mejor que las incluye.
En altura, tu amor vence al linaje;
en soberbia al atuendo; al oro en fausto;
en júbilo al de halcones y corceles.
Teniéndote, todo el orgullo es mío.
Mi única miseria es que pudieras
quitarme todo y en miseria hundirme.

XCIV
Tu capricho y tu edad, según se mire,
provocan tus defectos o tu encanto;
y te aman por tu encanto o tus defectos,
pues tus defectos en encanto mudas.
Lo mismo que a la joya más humilde
valor se da en los dedos de una reina,
se truecan tus errores en verdades
y por cosa legítima se tienen.
¡Cómo engañara el lobo a los corderos,
si en cordero pudiera transformarse!
Y ¡a cuánto admirador extraviarías,
si usaras plenamente tu prestigio!
Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.

CVI
Cuando en las crónicas de tiempos idos
veo que a los hermosos se describe
y a la Belleza embellecer la rima
que elogia a damas y señores muertos,
observo que al pintar de sus dechados
la mano, el labio, el pie, la frente, el ojo,
trataba de expresar la pluma arcaica
una belleza como la que tienes.
Así, sus alabanzas son presagios
de nuestro tiempo, que te prefiguran,
y pues no hacían más que adivinarte,
no podían cantarte cual mereces.
En cuanto a aquellos que te contemplamos
con absorta mirada, estamos mudos.

CXXIII
Tiempo, no has de jactarte de mis cambios:
alzas con nuevo brío tus pirámides
y no son para mí nuevas ni extrañas
sino aspectos de formas anteriores.
Por ser corta la vida, nos sorprende
lo antiguo que reiteras y que impones,
cual si fuera lo nuevo que deseamos
y si no conociéramos su historia.
Os desafío a ti y a tus anales;
no me asombran pasado ni presente,
pues tus anales y lo visto engañan
al transformarse mientras te apresuras.
Por mí, te juro que he de ser constante
a pesar de tu hoz y de ti mismo.

CXLVI
Pobre alma, centro de culpable limo
a la que burla, indócil, quien la ciñe,
¿por qué adentro sufrir afán y hambre
si pintas lo exterior de alegre lujo?
Si el contrato es tan breve, ¿por qué gastas
ornando tu morada pasajera?
¿Tendrá por fin tu cuerpo sustentar
al gusano que herede tu derroche?
Vive, alma, a expensas de tu servidor;
que aumenten sus fatigas tu tesoro;
y cambia horas de espuma por divinas.
Sé rica adentro, en vez de serlo afuera.
Devora tú a la Muerte y no la nutras,
pues si ella muere, no podrás morir.


William Shakespeare

"Sonetos de Amor" Versión de Manuel Mujica Láinez


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