“SU MAJESTAD EL BEBÉ”
En su texto de “Introducción al narcisismo” de 1914, Sigmund Freud utilizó la frase “His majesty the baby”, cuya traducción es “su majestad el bebé”, para referirse a los niños que eran criados con excesivo cuidado, de manera que estos no estén sometidos a las peripecias que pasaron los padres. ¡Nada ha de faltarles! ¡Nada deberá hacerlos sufrir! ¿De qué se trata este golpe de estado que ha subsumido a una familia entera a la voluntad de un niño?
El padre ha muerto, la ciencia lo ha matado
La revolución industrial nos trajo comodidad, tecnología y saber. Antes de ella, la agricultura era la actividad de trabajo más grande y los ciclos del cielo ordenaban la vida: uno se despertaba con el sol y se dormía con la obscuridad, las estaciones decían cuándo se cosechaba y cuándo se sembraba. La llegada de las máquinas trastocaron los horarios, porque ellas no necesitan ni dormir ni aprender. Mientras un bebé se demora 2 años en caminar, 5 años en entender conceptos abstractos y 25 años en consolidar una carrera para empezar a trabajar, una máquina nueva hace cosas extraordinarias a penas la enciendes. De a pocos fuimos sustituyendo a nuestro padre, que todo lo sabía, por Google que todo lo sabe.
Los objetos de la técnica inundaron el mercado y lo que compramos hoy es obsoleto mañana. Ni el sol ni el cielo tienen más relevancia sobre el tiempo; pero el iPhone sí y ya es tiempo de cambiarlo, las bebidas energizantes nos hacen olvidar que es hora de dormir, y el internet reduce las millas marítimas a cero.
El mercado también tiene como objetivo a los niños. Han leído en la sociedad lo mismo que Freud dijo en 1914: un padre no querrá que nada le haga falta a su hijo. Y como el saber científico ha desplazado al padre, nadie sabe más de tu hijo que la ciencia, o al menos eso es lo que se nos dice desde la educación, desde la televisión, desde las revistas… Y “no se les pega a los hijos porque se los puede hacer criminales, no se les grita a los hijos porque les puedes causar un trauma, no se les dice ‘no’ a los hijos porque los frustras”. Así que ahora hay una gran industria de libros de “Cómo ser padres”. Y como el mercado sabe muy bien que ahora el padre ya no tiene el mismo lugar que antes, les vende cosas a los niños, quienes van corriendo donde sus padres a hacer berrinche hasta que les compren lo que quieren. Son niños hipermodernos e hiperactivos también.
La aceleración con la que el mundo cambia, ha acelerado también los cuerpos de los niños, que no encuentran mayor tranquilidad en los gritos de los padres. Estos padres, tupidos de impotencia, golpean, jalan y tiran de esos cuerpecitos agitados; pero como nada se logra con eso, los llevan con especialistas, quienes ante el niño-huracán, solo saben medicar.
¡También hay que hacerlo hipercompetente! ¡Porque así lo exige el mercado! Saliendo del colegio a clases de guitarra, de matemática, de inglés. Luego hay que hacer las tareas y a dormir porque mañana le espera otro día parecido. La dinámica familiar empieza a girar en torno a las actividades del niño y la pareja no tiene más tiempo para encontrarse ¡Nada más importante que el hijo!
Nueva-vieja paternidad
Los padres han renunciado a serlo, se han desautorizado en nombre del saber científico en vez de autorizarse en nombre del padre, y no me refiero a Dios; sino a su propio padre, quizá nosotros también hemos desautorizado a nuestros padres como tales.
La solución no es “todo pasado fue mejor” o volver a fundamentalismos. Apostemos por la invención de una forma singular de relacionarnos con nuestros hijos, que acoja lo más íntimo del niño, que lo nombre diferente, que lo nombre como solo su padre lo podría nombrar. Un hijo es diferente a su padre y eso es lo más difícil de tolerar porque como dijo Freud “el narcisismo del padre encuentra refugio en el niño” y uno lo quiere hacer a imagen y semejanza. No hay nada más amoroso que tolerar la diferencia del otro y nada más violento que querer aplacarla. Un hijo es diferente a su padre.
Por: Zindy Valencia Sotomayor (Publicado en semanario Vistaprevia)
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