Cuenta Cicerón en su obra dedicada a la oratoria que el precursor de la mnemotécnica, Simónides de Ceos, sobrevivió al derrumbe de un edificio en el que se celebraba un banquete al ausentarse brevemente. Simónides fue el único que consiguió identificar los cuerpos de los comensales fallecidos al recordar el lugar que ocupaba cada uno durante el festejo. Se dio cuenta de que asociando cada persona a un espacio concreto podría recordar sus nombres, dando lugar al método llamado loci (lugares, en latín), sobre el que hablaremos más adelante.
En aquella época (en torno al año 500 a.C.) no solo no había móviles ni ordenadores; además, eran muy pocos los que sabían escribir, por lo que la memoria era un aliado muy valioso. Hoy, sin embargo, es probable que muchos no diéramos ni una ante un suceso trágico como el que presenció Simónides.
Cómo transformar una memoria de pez en otra de elefante
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